En el reservado [Hilena]

El ambiente era muy bueno, y me sorprendí a mí misma normalizando la presencia de vampiros a mi alrededor, incluso empezaba a distinguirlos. Parecían mezclarse con normalidad con los humanos, aunque me seguía intrigando aquel comentario de Hilena sobre los humanos que buscaban que les mordiesen.

- Así que un estado orgásmico... - dije observándola, mientras daba un sorbo a mi bebida - Entonces es comprensible que muchos lo vayan buscando... aunque es arriesgado, no creo que todos los vampiros sean... como tú... me refiero... a amistosos y tranquilos...

No sabía cómo decirlo para que no ofendiera, pero supuse que habría vampiros salvajes que lo que querían era matar y no le daban importancia a la vida.

Insinúe cara de sorpresa al escuchar su comentario, muchos calificativos se habían unido a mi a lo largo de los años que llevaba en mi no vida. pero todos se alejaban de Amistosa y tranquila.
- Nunca me habían calificado de Amistosa y Tranquila, eres todo sorpresas cariño.
Dije sonriendo y rozando levemente su cara con el perfil de mi dedo índice.
Me quede observándola a los ojos mientras que mi cara apenas dibujaba una sonrisa algo torcida.
-Sientes curiosidad por saber lo que se siente? O quieres repetir la sensación de nuevo?
Dije pícaramente mientras señalaba el mordisco que disimuladamente tapado con el maquillaje marcaba su pálido cuello.

Me sentí algo turbada cuando Hilena rozó mi rostro con el dedo índice, escuchando su voz cadente y suave. Me parecía increíble poder estar oyéndola a la perfección a pesar de estar en un bar con la música alta... Realmente esos reservados eran útiles...

- ¿Re... repetir la sensación?

Hilena tocó mi cuello, en la zona en la que me había visto aquellos orificios tan extraños. Había pensado que era la picadura de algún insecto pero cuando había escuchado según qué rumores un día que fui a comprar fruta, me cercioré de que parecía la mordedura de un vampiro y la gente empezaba a murmurar. Es por eso por lo que había decidido ocultármelo. Y ahora...

- ¿Tú? - pregunté entrecerrando los ojos - Pero... ¡es imposible! - repliqué, pensando que me estaba tomando el pelo - ¡No recuerdo nada! Te vendí el libro, te fuiste y me desmayé, ¡no había sangre! ¡No puede ser!